Era un sábado 22 de octubre. Año 1961. La marca Philips, una de las más interesadas en publicitarse en la propia televisión que ellos comercializan organiza un nuevo festival. A las diez y media de la noche (suponemos que la puntualidad era teórica) comenzaba en el Palacio de Deportes de Madrid un espectáculo para los doce mil espectadores que allí se encontraban y (quizás) el millón que lo vería a través de sus pequeños monitores en casa o a través del escaparate de una tienda de electrodomésticos.
Tres escenarios para albergar los diferentes números preparados para entretener al personal y, de paso, hacerse una autopromoción no disimulada. La Orquesta Filarmónica dirigida por Odón Alonso y con Jesús Tordesillas al piano, malabaristas, Los Tres de Castilla (imprescindibles en cualquier musical de TVE de la época, eran fijos), el Ballet Olaeta, Los Paladines de París, los Coros de Concierto de RNE y un desfile de carrozas en el que se soltaron mil globos de colores (sólo visibles para los que estaban en el propio Palacio) constituyeron el programa de este especial.
Estas emisiones especiales servían para sacar pecho, demostrar que esa tele casi de juguete podía permitirse ciertos lujos para su audiencia fiel pero en realidad estaban más destinadas a aquellos españoles que todavía no habían adquirido un receptor. Con programas tan apabullantes se intentaba convencer de la comodidad de acudir a una gala exclusiva desde el sofá y con la bata puesta, por eso las empresas fabricantes de televisores, como la Philips, estaban especialmente interesadas en promocionar eventos que se pudieran retransmitir a pesar de que, como advertía la página de autocrítica de la revista TeleRadio (la publicación oficial del Ente): "Un espectáculo que no estaba destinado únicamente a los espectadores de TVE y que, sin embargo, se plegó a las exigencias técnicas de la televisión".
Esa misma crítica (sin firma) nos dejaba jugosas perlas: "Seguramente quienes vieron el espectáculo en el Palacio de Deportes encontrarían más brillante y más a tono con el ambiente del gran local el desfile de bandas militares, los cuadros de gimnasia y la presencia de más de un centenar de señoritas ataviadas, según se nos ha explicado, de manera multicolor. Pero a través de las cámaras nos gustó más el resto de las actuaciones, menos espectaculares, menos multitudinarias, más de acuerdo con el carácter íntimo que reviste siempre cuanto vemos a través de la pantalla. Fue una lástima que el final de la retransmisión quedara deslucido por el desfile de carrozas que, tomado en planos generales, dejaba ver algo que tenía la apariencia de desorganización". Como ven, en esos primeros años los propios profesionales de la Casa no se cortaban en analizar sus errores.