Hablar de Mercero es hablar de televisión con emociones, de retratos de una infancia idílica que quizás nunca existió, de un pueblo en el que todos quieren ayudarse, del miedo a una sociedad que se aísla y pierde la perspectiva, de la preocupación por el devenir de la humanidad y su pérdida de valores. Antonio Mercero falleció ayer aunque ya hacía años que había dejado de estar en este mundo por culpa del Alzheimer. La huella que deja en televisión es indeleble, para empezar sigue ostentando un honor exclusivo hasta ahora: es el único director español que ha conseguido un Emmy Internacional por su mediometraje "La cabina". Pero no sólo eso, las estanterias de Prado del Rey tienen unos cuantos galardones europeos como la Ninfa de Oro gracias a este vasco que hace sólo una semana cumplía los 82 años. Junto a Chicho y Lazarov fue uno de los más activos realizadores en la famosa Operación Premio que pretendía ganar prestigio para TVE en una época en la que el franquismo pesaba demasiado en la imagen que Europa tenía de nuestro país.
Hijo único de una viuda, se licenció en Derecho pero nunca ejerció. Una vez finalizada la carrera que su madre quería, decidió cumplir su sueño de dedicarse a lo que realmente le apasionaba y se apuntó a los cursos de cine que se ofrecían en la única escuela que existía por entonces que recibía el pomposo nombre de Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas. A pesar de que consigue varios reconocimientos con sus cortometrajes y con su proyecto fin de carrera, no tuvo la suerte que esperaba con la industria, lo que le llevó a descubrir el que sería el medio en el que se encontraría más libre. Así lo contaba en 1976: "Empecé a hacer televisión por razones profesiones y subsistenciales. Yo, en 1963 hice una película que se llamaba "Se necesita chico", un filme de humor, que pasó sin pena ni gloria. La crítica me la puso bien pero a nivel popular no funcionó, no tenía actores conocidos, estuvo hecha de una forma muy franciscana. Yo seguí mi lucha intentando hacer cine, escribiendo guiones, moviéndome entra las productoras... pero no salía esa película que yo tenía en mente. Entonces en el 66 o en el 67, cuando empezó a funcionar la Segunda Cadena, me llamaron para hacer documentales, a la vista de que no había manera de hacer nada en el cine y había que vivir, me puse a hacer televisión. Vamos, en realidad lo que hacíamos era cine. Hacía documentales de la serie "Víspera de nuestro tiempo", "Los históricos del balompié", "Fiesta", "Luz Verde"... ".
Tuvo que esperar unos años para que le dieran la oportunidad de dirigir ficción: "En el 69, con "Simposio para la paz", que fue un programa de 16 mm. en blanco y negro con una idea de Pérez Calderón en la que yo colaboré porque escribimos juntos el guión. Fue a Montecarlo y le dieron una especie de premio, una mención de la UNDA, creo. Después yo seguí con mi lucha por hacer cine, en el fondo, creo, todos tenemos una gran vocación, una tremenda pasión por el cine, pero no salían las cosas. Estuve a punto de hacer una película con Tip y Coll, "La garbanza negra, que en paz descanse". Colaboré en el guión incluso, pero, por una serie de razones, por esas extrañas faenas que hace la gente en el cine, terminé por no hacerla. Me quedé en blanco y, justo en ese momento, me cogieron para hacer el piloto de "Crónicas de un pueblo" (...) Yo era consciente de que era un programa oficial, legalista, planteado desde las altas esferas... pero yo lo cogí como una especie de práctica profesional (...) Intenté durante toda la serie desoficializarla todo lo que pude, a base de meter ternura y humor... Esa fue mi labor".
Con "Crónicas de un pueblo" consigue el éxito popular con mayúsculas, lo que era un regalo envenenado, un marrón para cualquier autor, se convierte en su gran plataforma. Y no sólo como director sino también como actor aficionado puesto que se reservó el papel de cura. Gracias al éxito y a su buen hacer introduciendo el Fuero de los Españoles con una cucharada de azúcar, los jefazos le permiten tantear otros géneros y así surge "La cabina" que en realidad nació como un gag sin desarrollar y después formaría parte de una idea que pergeñaba junto a José Luis Garci para una serie de ciencia ficción y misterio con el título provisional de "13 pasos por lo insólito". De esa antología nunca producida rescatarían también el guión de "La Gioconda está triste", otro de esos telefilmes que dejaban al espectador pensativo. Con estos programas especiales, el director podía ensayar nuevas fórmulas y permitirse lujos como rodar un musical como "Don Juan", uno de sus trabajos favoritos, o un drama generacional como "La noche del licenciado", que en cierto modo era su propia historia. "Televisión tiene unos límites, marcados por el hecho de que es un aparatito que está en todos los hogares españoles, sabes que hay ciertos temas que no se pueden tocar. Pero partiendo de eso, hay mucho campo para hacer y experimentar. Televisión, una vez aprobado el guión, te da una absoluta libertad para todo lo demás: buscar actores, contar las cosas como tú quieras... Eso no lo tienes en el cine. Yo, por ejemplo, "La cabina" jamás podría haberla hecho en medio" decía en una entrevista en "TeleRadio".
Mercero fue un Guadiana televisivo, siempre que tenía la oportunidad dirigía una película y con algunas tuvo un enorme éxito, pero al final siempre volvía a la tele. Su independencia era proverbial, fue un director popular en ambos medios pero siempre iba por libre, incluso cuando a mediados de los setenta se especuló con una reforma en TVE para hacer fijos a los colaboradores veteranos: "Por estas cosas de los contratos laborales se ha planteado la posibilidad de que, teniendo en cuenta los años que llevamos trabajando, podamos ser hombres de plantilla, de horario y sueldo fijo y hacer los programas que sean. A mí me da la sensación, y que conste que respeto la opinión contraria, de que es convertirnos un poco en oficinistas y lo apasionante de nuestro trabajo es esa sensación de libertad. No sé, no lo veo claro y me preocupa. Por eso he preferido mantener la libertad y seguir haciendo los programas que pueda. De todas formas, los que mantenemos esta postura somos minoría porque los otros son casi un 90 o 95%. Lo que sí creo es que los que lo piden tienen todos los derechos laborales a su favor. Pero a mí no me interesa" explicaba en 1976.
Gracias a esa independencia podía presentar proyectos en televisión que le interesaban por una u otra razón . De sus series y especiales entresacamos sin demasiada dificultad sus intereses vitales: preocupación por la infancia, por la ecología, por una sociedad ajena a los problemas de sus vecinos... En "Los pajaritos" conocemos a dos viejecillos que intentan salvar a dos aves en una ciudad dominada por la polución. En "La Gioconda..." la humanidad ha perdido la capacidad de sonreír, en "La noche del licenciado" el protagonista quiere abandonar un futuro prometedor para dedicarse a hacer feliz a la gente, en "La cabina" un individuo se queda atrapado y nadie puede (o quiere) ayudarle lo cual le hace sentirse aún más abandonado, algo similar sucede en "La habitación blanca" (su último trabajo en TVE), en "El pueblo sumergido" se hace un canto a la ecología, que también se repetirá (incluso con María Garralón como amiga de los niños) en varios capítulos de "Verano azul", en muchos episodios de "Farmacia de Guardia" aparecen personajes desvalidos, solos en la vida, pero que son protegidos por sus vecinos, como la desmemoriada doña Paquita... y así podríamos seguir buscando hilos invisibles pero evidentes en toda su obra.
Quizás su serie más realista y combativa sea "Turno de oficio", emitida originalmente en la 2 y postergada por lo tanto a una audiencia minoritaria, se aupó en los primeros puestos de audiencia con temas como la violencia de género o la drogadicción. Si en "Verano Azul" había tratado por primera vez en una serie familiar de nuestra tele asuntos de alcance pero con cierto disimulo, en esta se empleó a fondo. Además, hizo de Irene Gutiérrez Caba un trasunto de su madre y de Juan Echanove un sosias de lo que, quizás, él habría sido como abogado, doble homenaje. En 1979 contaba que cuando anunció que nunca se dedicaría a las leyes: "Hubo una cierta decepción de mi madre, ilusiones que se vienen abajo. Pero ella supo comprender y aceptar. El balance hoy es positivo, absolutamente. Y eso sin hacer abstracción de los malos tiempos, de las rachas en las que tuve que ir de productora en productora, con mis guiones bajo el brazo, sin encontrar un hueco, machacado. Y eso que no entraba dinero y los hijos iban llegando sino porque llegas a cuestionar tu propia valía. Es muy fácil pensar, en esas circunstancias: "Soy un imbécil, un incapaz. ¿Qué es lo que estoy intentando? Esto no es lo mío. Me equivocado". Bueno, pues a pesar de todo eso el balance es rotundamente positivo". No es para menos. Mercero tocó la fibra del público como pocos han sabido hacerlo. Además, se rodeó de un equipo que le entendía y con el que se complementaba a la perfección. Uno de sus colaboradores más recurrente, el guionista Horacio Valcárcel, falleció la semana pasada. Ambos escribieron algunas de las páginas más brillantes de la tele patria y Antonio, el gran Antonio, supo insuflarles vida con la cámara.