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Ruta Quetzal

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Hubo un tiempo en que la tele invitaba a sus más jóvenes espectadores a ser aventureros. Si en los 70 “Misión Rescate” animaba a los chavales a expoliar el tesoro nacional buscando joyas perdidas, en los 80 y 90 la cosa dio un salto cualitativo importante gracias al mayor aventurero que ha tenido TVE: Miguel de la Quadra Salcedo. Partiendo de una sugerencia del Rey Juan Carlos I, el otrora lanzador de jabalina y reportero se sacó de la manga un concurso que permitía a adolescentes de todo el mundo emprender una expedición de mes y medio siguiendo la ruta de un explorador. En los 80 y bajo el título “Aventura 92” se convirtió también en programa de televisión con la fase de selección como concurso y el periplo como serie documental.


Con la entrada de nuevos patrocinadores y una vez superado el simbólico 1992 (no sólo por los JJ.OO. y la Expo sino por el aniversario del “descubrimiento” de América) el programa cambia su nombre por el de “Ruta Quetzal” (a veces con el añadido de Argentaria aunque eso no contaba para el espectador o el participante). Cada una de esas expediciones tiene su aventura y cada uno de los que la vivió tiene su historia irrepetible. Javier fue uno de los afortunados que vivió la impresionante experiencia del 93 y ha accedido a compartir alguno de esos recuerdos. Nos trasladamos al duro invierno de 1992 en Ponferrada, Javier no era muy aficionado a la televisión y se enteró de la convocatoria a través de un anuncio en “El País”, periódico que su padre compraba habitualmente: “se anunciaban las bases para participar en la continuación de “Aventura 92”, que pasaba a llamarse “Ruta Quetzal-Argentaria”, y decidí intentarlo. En principio era sencillo. Se trataba de escribir un trabajo original sobre un tema relacionado con Centro- o Sudamérica y, tras pasar un proceso de selección, participar en la fase eliminatoria en televisión. Como tema para el trabajo elegí la “Arqueoastronomía en el área mesoamericana” que le gustó lo suficiente al jurado como para seleccionarme y que, posteriormente, ampliamos un amigo y yo para publicar en una revista científica. Consistía en estudiar e interconectar las diferentes concepciones astronómicas de las civilizaciones que se asentaban en la zona entre México y Ecuador.” Como véis, los trabajos previos no eran precisamente redacciones de 2 páginas con la letra bien grande de los que se entregaban al profesor del instituto. Para Javier el tema elegido estaba claro desde el principio porque, precisamente, estaba coleccionando una enciclopedia sobre Astronomía en aquella época. Desde luego, Javier era un alumno de matrícula y esa era la tónica habitual entre los concursantes. 

Poco después llegó la noticia de que estaba pre-seleccionado así que debería acudir a Prado del Rey para grabar el concurso y luchar por una plaza en el viaje. Ahí fue cuando nuestro protagonista se hizo consciente de que la cosa no era una broma: “mi sensación era de susto absoluto, principalmente porque creo que fue en ese momento cuando me di cuenta de que todo aquello iba ciertamente en serio y que realmente tenía alguna posibilidad de conseguir una plaza en el viaje. En cuanto a los compañeros, la verdad es que fue una sensación muy curiosa. Los quince que competiríamos en la eliminatoria estábamos juntos, cinco en cada equipo, por lo que era una mezcla muy curiosa de compañerismo y rivalidad sana, por otra parte. La verdad es que yo recuerdo buen ambiente, probablemente porque no competíamos directamente entre nosotros, sino que los grupos con mejores puntuaciones de todos los programas conseguirían una plaza. Charlamos, reímos y nos pusimos de los nervios juntos.”

Javier (con gafas) con su equipo durante el concurso

Aquella temporada estaba dirigida por Sergi Schaaff (un maestro en estas lides con “El tiempo es oro” a sus espaldas y “Saber y ganar” todavía rodando) y era la primera presentada por Félix Monclús que venía de presentar en el circuito catalán de TVE “Xafarranxo”, otro concurso con jóvenes. Su voz es muy conocida para los habituales de la radio en Cataluña donde es un popular locutor deportivo. Estaba “ayudado” por Mónica Albert, que había sido azafata de “La vida es juego” con Constantino Romero, programa también dirigido por Schaaff. De los presentadores poco recuerda Javier, mucho más concentrado en superar las fases del programa: “Poco puedo decir de ellos, los vimos únicamente durante el rodaje y nada más allá. Como anécdota curiosa, recordar que cuando poníamos a prueba su paciencia (nada como quince adolescentes estresados para crispar a cualquiera) y teníamos que repetir alguna toma, teníamos que volver a decir exactamente lo que habíamos respondido, a sabiendas de que algunas veces habíamos fallado, de ahí las caras “largas” que se podían ver de forma premonitoria durante algunas de las preguntas”.  

Félix Monclús y Mónica Albert

A pesar de estar dirigido por Schaaff el programa no se produjo en Sant Cugat sino en Prado (Madrid) con Álvaro de Aguinaga como realizador. Las grabaciones eran rápidas para hacer rentable el uso del plató y el equipo: “Era prácticamente en tiempo real, llegábamos a Prado del Rey por la tarde, grabábamos al día siguiente por la mañana y esa misma tarde nos marchábamos para casa. La grabación no duraba más que unas dos o tres horas y prácticamente se hacía de corrido”. Y lo que resulta aún más curioso es que los participantes no fueron alojados en hoteles cercanos a los estudios, no, ¡acamparon al lado del plató!  “Estábamos metidos en tres tiendas de campaña en uno de los jardines de Prado del Rey y nos controlaba, con poco éxito todo hay que decirlo, Rodrigo de la Quadra-Salcedo, sobrino si mal no recuerdo, de Miguel. Este hombre había colocado una hamaca al lado de las tiendas, entre dos árboles, y dormía como un bendito mientras nosotros nos fugábamos a “investigar” Prado del Rey por la noche. Si es que es fácil de imaginar. ¿Qué puede ir mal cuando juntas a unos adolescentes dispuestos a irse tres meses a la selva en un lugar tan mágico como los estudios de Prado del Rey? Yo creo que tardamos menos de una hora en salir disparados a los platós y recorrer todos los que no estaban cerrados a cal y canto. Entramos en el que se grababa “El precio justo” (y nos llevamos algún recuerdo de regalo), en el que del programa de María Teresa Campos, y muchos otros donde ni siquiera sabíamos que hacían, creo recordar que incluso en el de “Vídeos de primera”. Al final nos atraparon varias horas más tarde en el plató del concurso mientras investigábamos la mejor forma de escalar el monolito dichoso que estaba en las pruebas. Lo discutíamos entre todos, así que mucha competitividad no había. Recuerdo la bronca épica que nos cayó, pero nos lo pasamos realmente genial.”

La famosa prueba del monolito
Ahora ya sabemos por qué casi todos aquellos concursantes superaron la prueba de la escalada… ¿Cuál fue entonces la parte más complicada del concurso televisivo? “La segunda de las pruebas físicas sin lugar a dudas. Las preguntas eran bastante sencillas y la primera prueba física requería fuerza, pero la segunda requería coordinación y eso es algo de lo que yo, simplemente, carezco (se trataba de andar con una especie de esquíes de madera a los que todos los miembros del equipo estábamos sujetos).” 

Demostrando coordinación con los compañeros, la prueba más temida por Javier

Javier (y su equipo) superó aquella fase y poco después emprendió su aventura: “Fueron casi tres meses, desde mediados de agosto hasta mediados de octubre. Recorrimos ciudades del centro de España, como Madrid, Toledo, Salamanca y Valladolid, y luego realizamos parte del Camino de Santiago. En A Coruña cogimos un barco y fuimos a Lisboa y de ahí cruzamos el Atlántico, quince días de travesía, para llegar a Guadalupe. De ahí seguimos ruta hacia Santo Domingo, Puerto Rico, Honduras, Guatemala y México. Básicamente nos pasó todo lo que uno pueda imaginar, se nos averió un motor del barco mientras se nos acercaba una tormenta tropical, se nos inundaron varias veces las tiendas, recorrimos Chiapas apiñados en las lonas de camiones militares tres meses antes del alzamiento zapatista…” Y en todo momento, la figura de Miguel de la Quadra-Salcedo como referente ineludible: “La verdad es que sí que estaba presente en todo momento, si bien más como un general dirigiendo a sus tropas que como una influencia directa. El control del día a día lo ejercían una serie de “jefes” de monitores que a su vez controlaban a una serie de 40 monitores (veinte chicos y veinte chicas) que intentaban gobernarnos. La verdad es que aquello debía ser una tarea hercúlea. Por poner un ejemplo, cuando acampábamos en mitad de la nada más absoluta se colocaban las tiendas de chicos a un lado del claro, las de chicas al otro y en medio de la “tierra de nadie” las tiendas donde dormían los monitores. Puedo garantizar que no siempre conseguían su propósito."

Javier con el maestro, don Miguel

Ahora intentad poneros en la piel de estos chavales, esta experiencia vital sin duda marcó su devenir, su personalidad, su manera de enfrentarse a la vida: “Soy un lector ávido, leo todo aquello que cae en mis manos, pero debo reconocer que hasta el momento de irme a la Ruta siempre había considerado que las novelas de “viajes iniciáticos” eran extremadamente idealistas y muy poco creíbles. ¿Cómo es posible que una experiencia compartida, por muy impactante que fuera, tuviera la capacidad de cambiar a la gente? Bien, pues desde entonces lo creo. No voy a llegar tan lejos como para afirmar que la Ruta me cambió, pero con 16 años me hizo abrir los ojos, conocer gente tan ajena a lo que me rodeaba, países tan distintos, culturas tan dispares, y situaciones tan extremas que necesariamente te hace una persona distinta, no mejor ni peor, sólo distinta. En mi caso creo que despertó una necesidad imperiosa de conocer nuevos sitios y personas y me dio herramientas para comenzar a labrarme mi propio camino. En el fondo me convirtió en lo que mi padre definió como “un coleccionista de experiencias”. Una experiencia de este tipo, sobre todo a esa edad, te hace descubrir que el mundo es mucho más grande, diverso y maravilloso de lo que jamás te podías haber imaginado. Y eso te hace reevaluar obligatoriamente tu escala de valores. Fue en nuestra visita a Salamanca, en la charla que dio el escritor Mario Monteforte, donde nos dijo una frase que se ha convertido en una especie de mantra personal, “Pon en duda todas las frases que parezcan ciertas… y comienza por esta”. Toda gran experiencia vital, como bien lo defines, tiene cosas que lamentas. Y en mi caso hay una muy importante; no haberlo exprimido más, no haber forzado más límites y no haber intentado más cosas. Y te puedo garantizar que hicimos muchas, con el consentimiento de los monitores o, más habitualmente, sin él. Dormimos en las playas de Cancún, planeamos estrangular a los músicos que nos acompañaban y al jefe de monitores que nos despertaban todas las mañanas (¡el frio y el sueño no eran psicológicos como nos decías!), burlando todo tipo de toques de queda nos fugamos a un lago y una cascada paradisíaca para bañarnos (cherchez la femme!), quitamos tarántulas de las botas al despertarnos una mañana, subimos volcanes, cavamos letrinas, montamos tiendas a oscuras y las quitamos en medio de una inundación, cambiamos trabajo por agua e incluso nos escapamos de noche a la selva para ver surgir la luna entre las copas de los árboles encaramados a una de las pirámides mayas de Tikal. Pero aun así, siempre me quedará la sensación de que pude hacer más, pude ver más, pude experimentar más.”

Cherchez la femme!

Aquella aventura unió a los cientos de exploradores que la compartieron pero ¿se mantiene el contacto después de tanto tiempo? “No, la verdad es que no. Han pasado ya 22 años, y he de reconocer que más allá de los dos o tres primeros años no hemos vuelto a estar en contacto. Y quizás eso sea bueno, como decía el poeta: Donde fuiste feliz alguna vez no debieras volver jamás: el tiempo habrá hecho sus destrozos, levantando su muro fronterizo contra el que la ilusión chocará estupefacta.”
   Hoy en día Javier Vijande es profesor titular de Física atómica, nuclear y molecular de la Facultad de Física de la Universidad de Valencia (ahí es nada). ¿Con se queda de su Ruta Quetzal? “Con el horizonte inabarcable. La Ruta no es un simple viaje, es el descubrimiento de que las posibilidades son, si no infinitas, al menos desmesuradamente grandes. A mí me enseñó que detrás de las montañas que haces crecer a tu alrededor, más allá de tu zona de confort, hay más, mucho más, y que merece la pena trepar y luchar sólo por la promesa de lo que se encuentra en el horizonte.”



Las fotos han sido cedidas por Javier Vijande excepto la portada de TP, perteneciente al blog TP en Portada

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